- Están cerca, lo siento en el aire.
La brisa del este esta impregnada de su aroma,
huelo la muerte que portan en sus almas. Es tarde, debemos sacar la mayor cantidad de gente posible, no hay tiempo que perder.
- Pero mi reina, luchemos, no podemos huir de nuestras tierras.
Que haremos con el pueblo, donde los llevaremos?
- buscaremos refugio en Venthias, nuestros vecinos nos ayudaran. Por lo menos
Será un buen lugar para guardar el cofre, ahí estará a salvo.
Sus defensas son más fuertes. Da la orden, abandonaremos Coriffes en dos horas.
- Entendido Reina Pantiss.
Las huestes se movían con una velocidad fuera de lo común, su sed de sangre era un motor suficiente para hacerles olvidar la fatiga de la distancia recorrida.
Esta noche festejarían la primera caída en sus manos.
Esta noche estarían más cerca de cumplir los deseos de su creador.
Solo les restaba definir sus movimientos. Debían ser rápidos, una vez completado el objetivo, debían dirigirse a Venthias, para colaborar con el asedio a la ciudad de los Veneth.
- Alfayate, creo que lo mas fácil será encabezar las filas con los arqueros ígneos, si incendiamos todo a nuestro paso, la ciudad cara presa del pánico, solo nos restara dirigirnos a la sala de las tempestades, tal y como dijo nuestro informante. Ahí debe estar el primer cofre.
- De acuerdo hermano, como tu digas. Bien sabes que yo soy mas partidario de empapar las espadas y lanzas con la sangre impura de las razas inferiores, pero dado que no hay tiempo, asustarlos me parece la mejor decisión.
- Gracias por entenderme Gangarath, y créeme, cortaras cabezas cuando los persigamos al próximo punto.
- Que así sea… enviare a los Gmonts al frente.
La batalla del bosque de Arther era inminente, aunque las tropas de Pantiss estaban recibiendo ordenes de abandonar su hogar, lamentablemente su reina no se imaginaba que las huestes negras estuvieran tan cerca. Desconocía el destino al que su pueblo estaba condenado.
- Ciudadanos de Corifess, por orden de la Dama Pantiss debemos abandonar de inmediato la ciudadela verde, no hay tiempo para cargar con efectos personales, debemos salvar la propia vida, nuestro bien mas preciado. En menos de dos horas los guias iniciaran la marcha a Venthias, prepárense, sin perder nuestro valioso tiempo.
- Partir? Porque? – inquirió un ciudadano nervioso.
- Créame mi señor, no hay tiempo para explicaciones. Esas son las órdenes de nuestra Reina, lamentablemente no podemos esperar a los rezagados, así que no pierdan más tiempo, y prepárense de inmediato.
Sercces, consejero y amigo personal de Pantiss se encontraba sumergido en una profunda tristeza, nunca había vivido una situación similar, y aunque le costaba admitirlo, el miedo le obstruía la garganta. Era consiente de que no lograrían irse antes del anochecer.
El miedo a la oscuridad se hacia cada vez mas evidente, aunque las autoridades habían tratado de evitar el pánico general intentando no dar demasiada información, el pueblo presentía que la llegada de la noche era sinónimo de malas noticias.
Y tenían razón, en las afueras de las murallas los Gmonts estaban apostados esperando la orden para atacar, sus flechas teñirían el cielo de los Cofss de fuego. No había escapatoria, los tenían rodeados, solo restaba esperar que el sol se ocultara para convertirse la noche en su alíada.
Y así fue… el último rayo dejo de iluminar la tierra. Y junto con su ida, la orden de Gangarath se oyó clara: “destrúyanlos”.
La primera flecha impacto justo en una de las torres de los vigías, debido a que la arquitectura Cofss se basaba en su entorno, el bosque de Arther, no tardaría mucho en arder. Sin saberlo los sabios habían creado una trampa mortal cuando diseñaron Corifess.
Una lluvia de fuego invadía cada rincón en la ciudad, los gritos de los Cofss eran cada vez mas desgarradores, lamentablemente los preparativos para la partida no habían comenzado ni finalizado a tiempo. Los guías no estaban preparados y dado que eran un pueblo en contra de la violencia no contaban con un ejército común y corriente. Solo tenían unos cuantos guardias, por si los caminos a recorrer por la Reina mientras visitaba otros sitios lo ameritaban.
Una vez instaurado el terror en los ciudadanos, ya no quedaba mucho por hacer, solo debían aceptar su destino, perecer.
Los gritos se oían desgarrando el silencio, el miedo inundaba el aire, no había escapatoria, su pueblo moriría.
Su deber era guardar el cofre, salvarlo a como de lugar de caer en esas manos negras.
La reina Pantiss era bien conciente de esta realidad, aunque en el fondo ignoraba otra, mucho mas terrible, deshonrosa, uno de sus súbditos había dado información al enemigo.
Era momento de luchar, tomar las armas, y dar la vida por la causa.
- Sercces sígueme, vamos por mi armadura.
- Pero mi Reina, las posibilidades son nulas, usted debe irse junto con el cofre.
- No amigo mío, enviaremos a Ratzor en mi lugar, si usan los cristales salvarán sus vidas y el cofre. Él es mas joven que yo, guiara a nuestra gente como lo hizo mi amado, su padre.
- Me enorgullece morir a tu lado, Pantiss, mi amiga. Vamos por nuestro destino.
Pantiss y Sercces recorrieron velozmente lo que hasta ese momento era su hermosa ciudadela, y ahora veían arder entre llamas desbordantes de odio. Los gritos de su pueblo seguían siendo aterradores, pero era evidente que cada vez quedaban menos.
Su gente perecía, callaba, rodeada de ese humo espeso que impedía respirar, y ver el caos en el que estaba sumergida.
Una vez llegados a la sala de las defensas, Pantiss fijó su vista en esa armadura que siempre había admirado, había sido portada por Ednya, su hermana. Una verdadera guerrera de Coriffes, quien un día, usando esa misma armadura había enfrentado a uno de los 13 grandes reyes dragones de Melania, dándose muerte mutuamente, y tiñendo su armadura como el rojo brillante de la sangre de Jarxs, el dragón.
Ese hecho fue lo que bautizo esa armadura, como el legado de Jarxs.
Hoy era Pantiss la que tendría el honor de llevar puesta esa armadura bendecida por el dios alado, la memoria y el temple de su hermana estaría con ella, en este momento de dificultad extrema. Lo sentía, como sentía la voz de su hermana, jurando que siempre estaría con ella, la noche en que partió.
Tal era el parecido entre Ednya y Pantiss, que la armadura le encajaba perfecto, aparentaba ser hecha a su medida. Al terminar de alistarse, Sercces apareció en la sala, portando una de las cotas de mallas con el emblema de Arther, ropa que habían diseñado sus antepasados, y que ni él, ni su generación jamás habían vestido.
Sin duda, los momentos que estaban por vivirse eran únicos e irrepetibles.
- Pantiss, he traído tu daga y el Arco de Ednya. Creo que los necesitaremos.
- Bien Sercces, aunque también serán necesarias las bendiciones de los dioses en esta cruzada.
- No cabe duda, mi reina, estarán con nosotros. O nos recibirán en sus cielos.
- Que así sea.
- Que así sea.
Pantiss, Sercces, y los pocos voluntarios que eran capaces de blandir espadas, acertar objetivos con sus flechas, y manejar levemente un arma estaban listos.
Defenderían el honor de Corifess con sus vidas.
- Sercces, dirígete a la puerta este con los guardias. Los arqueros ocuparan las torres más elevadas, gracias a la maleza no serán descubiertas. Yo daré las últimas instrucciones a Ratzor, antes de su partida. Entendido?
- Como siempre reina Pantiss.
Pantiss volvió a recorrer las inmaduras ruinas de su ciudad, los Gmont estaban arrasando todo a su paso. Debía apresurarse y llegar al palacio, donde esperaba Ratzor, su hijo, y así asegurarse de que partiera con el cofre a salvo.
- Hijo, ya es hora, debes irte.
- Aunque va contra mis deseos, debo obedecerte madre, pero te juro, que esto no será olvidado. Si algo te sucede, yo mismo con mis manos vengare tu muerte, y la de nuestro pueblo.
- Al verte hablar así, es imposible no ver a tu padre reflejado en ti, él sin duda se enorgullece de ti, desde donde esté. Serás un gran reemplazante para mí, serás un gran rey.
- Soy la sumatoria perfecta de ustedes madre, ni más, ni menos.
- Recuerda todo lo que siempre te explique sobre los cristales, los siete se conectan entre si, pero debes tener cuidado, y decir las palabras justas, sino puedes errar tu destino. Y terminar perdido. Confío ciegamente en ti hijo, vete.
- Madre, prométeme algo, nos volveremos a ver. Entendido?
Pantiss asintió, ahogando su angustia en las lágrimas que nacían de sus ojos.
Sabia que estaba mintiéndole a su hijo, dado que salvarse era imposible.
Se obligó a si misma a alejar todo temor de su interior, portaba el legado de Jarxs, el espíritu de Ednya la acompañaba. Tenía que honrar ese momento.
Atravesó por última vez los jardines que la habían visto crecer, los árboles donde más de una vez había trepado. Y enfrento el oscuro augurio de su destino.
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