Un nuevo amanecer se mostraba por la ventana de la casa de Leiden, hacia un largo rato que la señora Arameth daba vueltas en la cocina. Tenia que preparar el desayuno para su familia, así les resultaría más fácil afrontar las actividades de su largo día.
Mientras cocinaba, entonaba una vieja canción que les cantaba a sus hijos a la hora de dormir, hablaba de los paramos del valle rojo, un lugar encantado, en donde se decía que las almas de los niños perdidos se encontraban con la de sus padres.
Los mellizos ya estaban levantados, prestos a desayunar, así que Arameth envió a Zirma a despertar a Leiden.
Luego de recorrer la distancia que separaba la cocina de la habitación de su hermano, Zirma poso su mano en el hombro de Leiden. Con un suave movimiento intento despertarlo, pero fue inútil, Leiden era capaz de dormir en medio de un terremoto.
Volvió a mover el cuerpo de su hermano, pero esta vez susurrando su nombre.
– Leiden- dijo. –despierta, mama nos espera con el desayuno.
Los ojos de su hermano estaban desorbitados, mirando hacia la nada.
Zirma volvió a insistir, esta vez con un poco más de fuerza, pero fue un grave error. Con un rápido movimiento el joven tomo a Zirma del cuello, ambas manos intentaban ahogarla, la fuerza era tal, que impedían que la niña gritara.
Leiden estaba ido, en su rostro se reflejaba una ira terrible. Un sudor frío corría por la frente del joven, el recuerdo de la noche anterior había estado latente en sus pesadillas.
Su mandíbula estaba completamente apretada debido a la fuerza que ejercía, no hablaba, pero entre quejidos esbozo: - no se la llevaran.
Zirma estaba morada, cada vez le costaba mas respirar, le resultaba imposible hablar, pero aun podía expresar algún quejido. Tuvo suerte, Darest que habitualmente dormía con Leiden se despertó, y ante tal escena se asusto. Comenzó a ladrar desesperado, de tal forma que Arameth y Athos no tardaron en acudir a su encuentro.
La cara de Arameth cambio rotundamente al ver a Leiden lastimando a Zirma, el miedo la paralizo. Por suerte para su melliza Athos no tardo en reaccionar, se abalanzo sobre Leiden, tratando de lograr que soltara a la niña. Al ver esto, Arameth volvió en si, y comenzó a llamar a Framar, quien en un abrir y cerrar de ojos se encontraba ante esa situación. Framar se acerco a Leiden, y con una seguridad inmensa, acompañada de la fuerza que poseía, aparto las manos de Leiden de la garganta de su hija.
Leiden seguía repitiendo esa oración… “no se la llevaran”
Athos, junto con Arameth ayudaron a Zirma a incorporarse, de a poco su rostro iba recobrando su tonalidad habitual, aunque sus nervios seguían completamente alterados.
Framar abrazaba a Leiden, lo acurrucaba en su pecho, y le cantaba una canción que lo hacia dormir de pequeño. Una vez más funciono. Leiden dormía de nuevo, en los brazos de su amado padre.
Mientras tanto, Zirma lloraba desconsolada, si bien físicamente estaba bien, el susto que se había llevado duraría un largo tiempo en su interior.
- Zirma, hija, que ha pasado?
- No lo se madre, solamente lo intente despertar.
- Pero como es posible que reaccionara así…
Framar interrumpió la conversación, y decididamente expreso:
- Athos, acompaña a Zirma a su habitación, Arameth, trae agua helada, Leiden vuela de fiebre.
- Pero que pasa con nuestro hijo?!
- No lo se querida, tendremos que llamar al viejo Orack.
- De acuerdo, mandare a Athos a buscarlo.
Darest observaba la situación impávido, él sabia bien lo que le pasaba a Leiden, pero sin duda verlo hablar seria demasiado para Arameth y Framar. Una vez más decidió mantener su lugar y callar. En definitiva, hacia casi mil años que no pronunciaba ninguna palabra en la lengua de los humanos, que le haría un tiempo mas. En breve Leiden cumpliría sus 23 años, y llegaría el momento de romper su silencio.
Athos corrió hacia el establo, y ágilmente monto a Soddom, habitualmente tenia prohibido cabalgar el caballo de su padre, pero esta situación lo ameritaba, las ordenes de su madre habían sido claras: “trae al señor Orack de inmediato, se veloz, no hay tiempo que perder”
Definitivamente Soddom era el medio más rápido para cumplir su tarea.
Una vez atravesada la puerta, golpeo con sus tacos las costillas del robusto animal, Soddom salio disparado en dirección este guiado por Athos. Verlo galopar era algo hermoso, su pelaje negro brillaba con tal intensidad bajo los rayos del sol, que lograba que todas las personas que se cruzaban en su camino interrumpieran su vida, y admiraran su majestuosidad. Ese corcel era envidiable.
Y ahí estaba, llevándolo a toda velocidad por los caminos que unían su casa, con la de Orack, el viejo brujo Nordio. Un gran sabio, proveniente de las heladas tierras del Norte, exiliado hace algunas décadas de su hogar, debido a la invasión sufrida por su pueblo, a manos de los Melkrafth. Orack es uno de los pocos sobrevivientes Nordios, una raza que vio nacer al mismo firmamento, ama la vida más que a nada en el resto del mundo, defiende la paz, y la naturaleza. Su pueblo muchas veces había sido victima de asedios con el fin de apoderarse de sus conocimientos ancestrales mediante la esclavitud de sus sabios, pero todos habían sido repelidos por la misma Melania, quien había llevado a los invasores al fracaso y a una condena eterna, el exterminio. Se decía que los Nordios serian los últimos en irse de estas tierras, hasta que sucumbieron bajo el poder Melkrafth, en lo que se llamo la noche del llanto imperecedero. Los viejos libros contaban con innumerables paginas que contaban estos hechos, desde la creación de la bóveda celeste, el nacimiento de Meren de Hassfed, el primer rey Nordio, pasando por la supuesta traición que condeno al pueblo, hasta los rumores que hablan de los pocos sobrevivientes y un posible resurgimiento en el momento en que deban devolverle a Melania la ayuda prestada antaño.
Una historia sin lugar a dudas en exceso interesante, pero algo que jamás llamo la atención de Athos. Así que al llegar a la puerta de Orack, él desconocía verdaderamente al ser que estaba por visitar.
Bajo de Soddom con maestría, sin duda Athos había nacido para cabalgar. Se paro justo en frente de la puerta de roble con intenciones de golpearla, pero no fue necesario. Con un leve chillido la puerta se abrió, y tras dudar unos breves segundos, Athos ingreso.
Al hacerlo vio una figura, sentada de espaldas, tarareando una hermosa melodía.
De repente el sonido se interrumpió, y Orack fríamente pregunto…
- Era hora, joven Athos (ALGO).
- Señor, perdón por mi intromisión, es que la puerta estaba abierta. Bien… vera, mi madre me ha enviado a buscarlo para que-
- Vea a Leiden, ya lo se. Lo se hace tiempo.
- Pero porque??
- Hay preguntas que surgirán, que nunca tendrán respuesta. Si nos detuviéramos a intentar entender todo, no nos quedaría tiempo para vivir. Vámonos, no hay tiempo que perder.
- Entendido.
Athos dejo esa extraña casa, con la sensación de haber fallado en su simple misión.
Arameth lo había enviado en busca de un medico para su hermano, y el sentía que lo único que había conseguido era la visita de un viejo loco.
Orack se negó a subir a Soddom, decía que las nubes galopaban el cielo, mas rápido de lo que un caballo puede mover su cola.
- Vuelve rápido a tu casa Athos, nos encontraremos ahí. Prometo esperarte para despedirme si todavía tu no has llegado.
- Que dice? Señor, yo no estoy jugando. Mi madre esta desesperada. Le agradecería que dejara de jugar conmigo, y con la fiebre de mi hermano.
Athos sintió un gran disgusto al ver el cuerpo de Orack caminar por el prado, sin duda todo este viaje había inútil. Y lo confirmo al oír la voz del brujo diciendo:
- Apúrate joven, o no llegaras… esta juventud de hoy…
Soddom fue el receptor de la indignación que atravesaba su jinete, al sentir como esos tacos se hundían en su cuerpo. Tras relinchar salio disparado, de regreso a su hogar.
Los caminos esta vez parecían mas cortos, la gente que cruzaban en su viaje no tenia tiempo ni siquiera de poder observar que o quien era esa persona montada sobre esa veloz sombra. Debía volver a su casa, para avisarle a su madre que había fallado.
Y una vez allí, Athos pensó que visitaba un sueño.
Al entrar en la habitación de Leiden, donde además de su hermano se encontraban Framar y Arameth, casi enloquece. El mismísimo Orack estaba sentado junto a la cama, era algo imposible. Se propuso matar la enorme duda que atravesaba e indagar al brujo. Pero éste lo interrumpió:
- ya te he dicho Athos, muchas respuestas deben esperar.
Framar y Arameth observaron sin entender al mellizo, quien a estas alturas ya se encontraba pálido.
- Mejor ve con Zirma hijo, ya has hecho demasiado.
- Si padre, gracias.
- Dígame Orack, cual es el motivo de la fiebre?
- Mi señora Arameth, la explicación es muy extensa y complicada para explicarla ahora, y créame, no llegara a entenderla. Ni yo aun lo hago.
- Pero usted no puede contestarme eso! Debo saber que le ocurre a Leiden!!
- Confie en mi, y haga silencio…
Los ojos del brujo Orack se concentraron en la nada, miraban ajenos a todo momento, a toda realidad, lentamente comenzaron a tornarse blancos. Un cántico provenía del interior de la garganta del Nordio. Sin alejar su vista del cuerpo de Leiden, se acerco a su bolso, de él saco una especie de botella pequeña. En su interior brillaba un líquido color rojo, el aroma era exquisito. De a poco su canto fue menguando, y mientras vertía unas gotas en la boca del joven, comenzó a pronunciar unas palabras en una lengua intangible para los padres de Leiden. Quienes observaron como el cuerpo de su hijo dejaba de temblar, y en su rostro aparecía un gesto desbordante de paz.
Orack volvió a cantar, guardo la botella de nuevo en su bolso, y lentamente sus ojos volvieron a su estado habitual.
- Estará bien- dijo mientras se incorporaba.
- Duerme? Cuando despertara?
- Cuando sea el momento señora Arameth, cuando sea el momento…
Ahora debo irme, ante cualquier acontecimiento, saben donde encontrarme.
Framar rompió su silencio para agradecerle, y se ofreció a llevarlo a su casa cabalgando a Soddom. Pero el brujo una vez más se negó.
Dijo que solamente acompañándolo hasta la puerta ya era suficiente.
Una vez ahí, Framar dirigió la vista hacia su caballo, y volvió a insistir con devolverlo a sus aposentos. Pero lo que más lo sorprendió no fue no recibir respuesta, sin duda, fue el voltear, y no ver ningún tipo de rastro de la figura de Orack.
Tal vez si hubiese levantado un poco más la vista, hubiese notado esa nube que se desplazaba a gran velocidad…
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