Oscuridad a mi alrededor, no veo por donde camino, la humedad me cierra la garganta, se me dificulta respirar, trato de oír algo que me guíe a mi hermano, pero es inútil, todo indicio de presencia desapareció al cruzar la entrada.
- Zargoth, Zargoth, ya basta de jugar, es tarde!
Ninguna respuesta vuelve a mí. Creo que será mejor mantenerme quieto, agudizar mis oídos, y tratar de descubrir un camino hacia el.
Después de unos minutos mi vista empieza a acostumbrarse a la falta de luz, ya puedo distinguir sombras, mis oídos oyen una especie de goteo, no recuerdo que estuviera lloviendo. Debo encontrar a Zar y volver a casa.
Creo apoyarme en una especie de pared, dejando la sensación de asco de lado obviamente, es resbaladiza, húmeda.
Seguramente si contara con la luz apropiada este lugar seria repulsivo, pero es mucho peor el no ver, y que la realidad quede librada a mi imaginación.
De repente el aire se hizo más pesado, debo estar adentrándome más en esta profundidad, la sensación de asfixia se hace cada vez más latente.
Logro distinguir sombras, ninguna posee demasiado sentido, hasta que mi vista se posa en una figura, que me resulta familiar.
- Has fallado Parse, tu hermano ha muerto, era tu responsabilidad esta tarde, y un simple juego se transformo en tragedia, no mereces perdón.
- Pero padre, trate de alcanzarlo, juro que trate. El no obedecía, corría, corría y corría. Tú sabes como es cuando algo se le mete en la cabeza.
- Tu madre siempre termina teniendo la razón, eres un inútil, siempre lo has sido, es algo que nunca cambiara. Mereces pagar tu error, con tu propia vida.
- Pero padre, créeme, trate de alcanzarlo…
- Ya basta, es tarde para lamentos.
Las voces de repente callaron, esa niña había dejado de llamarlo, no sentía ni siquiera la voz de su hermano, sabia que en medio de esa perpetua oscuridad, él se encontraba solo.
Nunca le había temido a los juegos, aunque esta vez era distinto, ya no quería correr, no quería esconderse ni ser mas rápido que Parse, quería encontrar a su hermano, y volver a casa.
Las ganas de llorar oprimían su garganta, mucha tristeza desbordaba sus pensamientos, las voces que lo habían invitado a jugar, lo habían abandonado, de nuevo alguien hacia lo mismo. Acaso no había sido suficiente ya con su padre?
Esta soledad era algo que el joven Zargoth no podía tolerar, hasta el mismo Parse se había olvidado de él.
En el mismo momento en que cerró los ojos, se sentó en una roca, y en silencio comenzó a llorar, alguien le hablo.
El no podía dar crédito a lo que sus oídos reconocían, era su padre.
- Hijo mío, ya no llores, aquí estoy.
- Papa!- El pequeño ahogado en llanto se abalanzo sobre esa figura tan anhelada.
Pero algo sucedió, sus manos nunca llegaron a abrazarlo, Zargoth atravesó el cuerpo de su padre, como si fuera una ilusión, una cruel broma de sus sentidos.
Los gritos fueron desesperados, aunque nadie podía oírlos.
Y de repente, Varmett, padre de Zargoth habló.
- Hijo, eres muy pequeño aún, pero ya entenderás, llegará el día en que te unirás a mí, aunque no será hoy. Hoy estas aquí por otro motivo, debes liberar mi alma de esta pena, debes vengar mi muerte, y hacer que el verdadero culpable pague.
- De que hablas padre? Inquirió el niño mientras secaba sus lágrimas con sus pequeños dedos.
- He sido asesinado hijo, de una manera brutal, injusta. Y lo peor de todo es el autor, tu hermano mayor, Parse.
- Eso es imposible, él era quien pasaba noches enteras llorando por tu ausencia.
- Parse es el culpable!- Los ojos de Zargoth brillaron al reconocer la voz de la niña que lo había guiado hasta ahí, y ver ahora su figura tomada de la mano de su padre.
- Quien eres? Pregunto Zar.
- Mi nombre no importa en este momento, lo relevante es hacer justicia, debes liberarnos.
La voz de la niña se fundió con la de Varmett, formando un sonido capaz de paralizar cualquier corazón.
- De acuerdo, que debo hacer? Zargoth parecía estar ausente.
- Debes matarlo, derramar su sangre sobre esa piedra, tiene que morir desangrado.
- Pero no puedo, es mi hermano!
- Y yo tu padre! Me debes la vida, y la paz en esta muerte.
Zargoth se sentía confundido, mareado. Un aroma extraño invadía su nariz, era preso de un encanto del que no podía escapar.
- Como lo haré? Fue capaz de expresar entre lágrimas.
La voz explico: - Enterrada en esa roca se encuentra la espada de Torhn, solamente aquel ser preso de un profundo odio puede utilizarla, siento ese sentimiento en ti, sácala de su tumba, y termina con la vida del traidor.
Zargoth se acerco a la roca, tomo esa espada por el mango, y trato de sacarla, era inútil.
Por más fuerza que hacia la espada no se movía, parecía ser una extensión de la piedra,
A causa de la fuerza empleada un sudor frío corría por su cuerpo, sus manos estallaban en dolor, y la Espada de Torhn seguía firme, inamovible.
Una furia incontrolable se apreciaba en la voz amorfa.
- Debes sacarla inútil, nunca logras nada, siempre fuiste débil, dependiente de todos a tu alrededor, hasta el mismísimo Parse podría, él, que fue capaz de matarme mientras dormía. El, que te dejo aquí abandonado para que perecieras en la oscuridad, es mas, me atrevo a decir que Sarkar, el mismo pobre impostor que ocupo mi lugar en el corazón de tu madre, podría sacarla. Creo que lo mejor seria recurrir a él. Sin duda podrá hacerlo.
Pensar que tu madre te defendía cada vez que Sarkar proponía enviarte a trabajar los campos, pensar que mi pobre Jarmek muchas veces recibió los azotes que eran para ti.
La cara de Zargoth empezó a cambiar, las imágenes cobraban forma en su imaginación, se volvían tan reales, como si estuvieran ocurriendo en ese mismo instante. Podía ver a Sarkar, golpeando sin piedad a su madre, podía ver a su madre, llorar desconsoladamente mientras curaba sus heridas, veía a Parse llorar, pero sin interceder, veía a éste mismo alejarse de la entrada de la cueva, donde el pequeño Zar estaba solo, angustiado, perdido, abrumado por el miedo… Lo había abandonado, igual que como él pensaba que había hecho su propio padre, con una sola diferencia, ahora sabía la verdad, ahora veía la escena con claridad. Era capaz de distiguir la figura de Parse, adentrándose en la habitación de sus padres, veía la daga elevarse, y hundirse con maestría en el corazón de Varmett, su padre. No entendía los motivos, no se los imaginaba, pero no había lugar a dudas, su hermano era un asesino.
A veces la sumatoria de una cadena de acontecimientos es lo que forma el destino, todo había comenzado una tarde de juegos, de carreras sin metas, persiguiendo a Zargoth se habían adentrado en el temible bosque de Lorx, para luego perderse en una cueva que carecía de realidad, donde sobraban la oscuridad y las ilusiones.
Pero ya no importaba, había oído esos llantos, sabia que su hermanito estaba cerca.
Confiando ciegamente en su experiencia como cazador ubico la dirección de donde provenían los lamentos. Recorrió unos cuantos metros oscuros, hasta que giro, y vio un extraño destello proveniente de una grieta en lo alto de la cueva. Era un rayo plateado, seguramente originario de Sadome, que iluminaba una especie de altar, más bien una roca en donde se encontraba incrustada lo que parecía ser una inmensa espada, iluminada por un resplandor difuso nacido en el interior de su hoja.
Parse inmediatamente quedo paralizado, al ver a un niño que conocía de recién nacido desbordado de locura mientras intentaba arrancar la espada, rompió en llanto al distinguir sangre en las manos de Zargoth, y cometió su peor error. Pronuncio su nombre.
- Zar, detente! Que haces?!
El rostro del niño se transformo al oír la voz del asesino, ajeno a toda cordura grito con furia, las voces volvieron, susurraban en su oído una sola palabra “mátalo, mátalo, mátalo, mátalo”. La sangre de sus manos salpico su cara justo en el mismo momento que nacía en el alma de Zargoth el odio mas profundo conocido en la historia de Melania. La espada de Torhn brilló con fuerza, encegueciendo a todo mortal presente. La roca que la sujetaba se rasgo en mil pedazos, liberando un arma letal.
Una vez en las manos de su nuevo dueño, la espada cambio de forma, para adaptarse al tamaño de Zargoth.
Parse no daba crédito a lo que veían sus ojos, su hermano ya no existía, había desaparecido. En los ojos que lo observaban solo existía un odio descomunal.
El miedo lo paralizaba, solo era capaz de ver al pequeño Zargoth acercarse hacia él.
En cuestión de segundos ambos estuvieron frente a frente, el resplandor de Sadome era cada vez más tenue. Zargoth era incapaz de razonar, solo oía esa voz, esa maldita voz proveniente de los abismos que repetía, y repetía “mátalo, mátalo, mátalo, mátalo”
Y así fue. Sin dudarlo blandió su espada, y hundió su filo en el rincón mas profundo del corazón de su hermano. Esa persona que en algún momento sin dudarlo hubiera dado su vida a cambio de la de él, era la misma que ahora, herido de muerte, estaba pereciendo a sus pies.
Parse no era capaz de mantenerse en pie, debido a la poca vitalidad que le quedaba, fue entonces que se desplomo sobre el altar que guardaba la espada. Sentía como su corazón lentamente dejaba de latir, como su respiración se alentaba.
Con un esfuerzo sobre humano pronuncio:
- Que has hecho, hermano?
- Justicia, vengar la muerte de quien un día te dio la vida.
- A que te refieres Zargoth?
- Debías pagar por matar a nuestro padre, eres un traidor.
- Querido hermano, si supieras como te equivocas. Jamás lo hubiese lastimado. Era inocente, el verdadero asesino aun vive en nuestra casa, duerme con nuestra madre, el traidor siempre ha sido Sarkar.
- Que dices?! No puede ser! Mientes! He visto a nuestro padre, el me lo ha dicho.
- No era él hermano, era solamente una ilusión generada por este maldito lugar, yo también lo vi, pero el amor que siento por ti fue lo que me protegió de su encanto. Gracias a ese amor fui capaz de romper su hechizo, y seguir buscándote. Intente salvarte, una vez más, pero falle, y ahora hermano, lo ultimo que voy a hacer, es despedirme de ti.
Un sonido impregnado de horror aturdía a Zargoth, era el mismo goteo que Parse había escuchado, el sonido de su sangre, abandonando su cuerpo.
Las lágrimas de Parse fueron las últimas testigos de vida en ese cuerpo.
Y ahora era tarde, solamente importaba que el principio de la profecía se había cumplido:
“Ahogado en llanto se despide el inocente desangrado…”
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